lunes, 22 de marzo de 2010

Asunto de percepción, ah


Artículo publicado en 89decibeles.

“Señor, su hija está destrozada en (…) la autopista que va a la Costa Atlántica, a la altura del kilómetro 42”.

Así comienza Fin del Insomnio, cuento del nacional Guillermo Barquero (Presagios de Muerte y Esperanza, 2009). El autor -el sombrío y áspero, terriblemente simpático autor- relata, con esa prosa rica y directa que nutre su narrativa, las desgracias de un hombre que, a mitad de la noche, recibe el dantesco mensaje. La trama navega por la psicosis y el desvelo de un personaje agobiado, cuya hija, según la voz inerte de la contestadora, ha fallecido.

El domingo 14 de marzo, temprano en la mañana, Christopher Lang, odontólogo que apenas rozaba la treintena de años, apareció muerto, destrozado en la autopista que va a Cartago. El causante de su fallecimiento, un conductor ebrio y temerario, se dio a la fuga, sólo para ser detenido apenas unos minutos después. El nivel de alcohol en su sangre casi doblaba el límite establecido por ley.

La ficción que relata Memo cuenta cómo su personaje, tras enterarse a mitad de la madrugada del trágico suceso que se ha llevado a su hija, se ve incapaz de llorar o expresar cualquier otro sentimiento de pérdida. La gripe que lo abruma, aunada al frío sobrecogedor, lo inmovilizan. Está demasiado cansado como para sentir tristeza.

El fallecimiento del joven Lang ha causado revuelo; el escándalo, milagrosamente, lleva más de tres días, aunque se desinfla cada vez más. Las caras tristes en Telenoticias; los movimientos cívicos que exigen justicia; los Yo también quiero 0 conductores borrachos en Facebook; hasta las conmovedoras notas aparecidas en medios digitales (y luego hechas propias por el imperio LN). Todos, dedos acusadores, demandando una ley que les consolide su seguridad.

El cuento continúa su trama por las horas sin sueño del padre de Andrea, hecha pedazos en el kilómetro 42. Reconoce la voz en el mensaje de la contestadora, como la de su médico, el doctor Martínez. Sus palabras son claras: el único soporte, su única compañía, se extinguió en trozos, regados en la autopista que va a la Costa Atlántica.

El tico escandalizado, alza su voz y reclama penas altas y una ley sin espacio para la alcahuetería. Porque si a ese desgraciado le dicen que le van a meter 15 años de cárcel por manejar hasta las manitas, me dan seguridad. El discurso se extiende de los medios al vulgo, y nos tragamos el cuento. A mí, empero, algo no me calza. Dicen los que saben de meter gente presa que el derecho penal (entiéndase, la ley) no es igual a seguridad. Dicen.

El malestar del personaje se apropia de su cuerpo y no lo deja razonar. El hígado le molesta, el estómago le molesta. La cabeza casi le estalla. Intenta reacomodar sus pensamientos por un momento. Tal es su desconcierto que duda sobre la veracidad del mensaje. ¿Fue real, o sólo existió en su cabeza? Ya no puede comprobarlo: hace un minuto destruyó de un golpe la máquina contestadora.

Pero es que la inseguridad es cuestión de percepción, escuché yo. La infame declaración, supongo, tiene su lógica. No es lo mismo vivir en Valle del Sol, que en Hatillo 7 (paz al hígado, ejemplos nada más); la percepción con respecto a la seguridad -o falta de ella- cambia. Parece ser entonces que la Maestra equivocó las palabras. La inseguridad es, mejor dicho, cuestión de subjetividad.

El teléfono suena. Él corre en su búsqueda, esperando escuchar la voz suave de su hija, mas tropieza con una pared que únicamente existe en su recuerdo. Cuando alcanza el auricular, sólo lo recibe el tono entrecortado de la llamada perdida. “Hijueputa”. Suena una segunda vez; ni siquiera hace el intento de atenderlo.

¿En qué quedamos, pues? Por un lado, la ley no tiene como función darme seguridad, sino delimitar el campo de actuación del ciudadano; por el otro, la mentada seguridad es una cuestión subjetiva. Tal parece que estamos a la deriva, sin rama de qué agarrarse. ¿Nos llevó puta, entonces?

Tan cansado está, que las fuerzas no le alcanzan para arrastrarse escaleras arriba, hasta el cuarto de Andrea, y revisar si la nena duerme tranquila en su cama. Después de todo, si su hija ha muerto, ya nada puede hacer.

Lo más lógico parece ser, pues, que la inseguridad depende de uno mismo. Por muy alta que sea la multa, si quiero manejar borracho, lo voy a hacer. La decisión está en mí, y yo me atengo a ella. Que los diputados hagan lo que quieran, y que la gente pase en vigilia el tiempo que guste; poco me va a importar, cuando tenga las llaves en mis manos.

Dice Guillermo Barquero que los muertos no resucitan. Yo, personalmente, no me animo a comprobarlo.


© danny

lunes, 15 de marzo de 2010

Welcome to Hollywood!




Culpo a mi mama.


Fue ella quien, tiempos de tierna edad mía, me compró la trilogía del Mal de Lara Ríos: Pantalones Cortos y Largos, y el intermedio Verano de Colores. Bastó adentrarme en la vida y desgracias de Arturo Pol para que yo no dejara de leer en toda mi vida.

Efecto dominó. A los quince años comencé a creerme escritor. Y desde entonces, vicio chupasangre, no pude -no quise- soltar la pluma. Es mi catarsis, mi ambición, mi musa. Usted bautícela.

Ese amor, esa pasión que desarrollé hacia la palabra escrita, marcó (y lo sigue haciendo) el rumbo de mi vida. Mis planes futuros, mis gustos e intereses actuales, todo se ha visto embadurnado de ese irrenunciable sueño de escribir para ganarme el pan. Porque me llena, y me hace sentir completo.

De todo lo anterior, han derivado los documentos de mi puño y letra que abarrotan mi disco curo, mi gasto endeudante en libros nuevos, éste blog y el futuro planeado para él. Y fue gracias a la blogósfera (bloguesfera, en palabras del bueno de Asterión), que topé con este texto, de mi amigo Varo.

Hablar de arte, en cualquiera de sus ramificaciones, es cosa de pocos y locos en este bello país que nos tocó. En una tierra cuyas tardes de domingo se consumen entre el resumen deportivo y el resultado de la lotería, las muestras artísticas caen a un quinto plano (la billetera, el guaro y la Extra las opacan también) y se convierten, para quienes nos vemos irremediablemente atraídos a ellas, en un sueño frustrado para algunos, en amargura latente para otros.

Huérfano de público, ignorado en gran medida por los grandes medios comunicativos del país, uno no puede evitar preguntarse: ¿para qué? Porque si hay una gran verdad en las plataformas nacionales de música, literatura, fotografía, etc., es que su crecimiento no merma; por el contrario, florece en flujo constante. Raro, ah.

Llega este fenómeno a tal punto, que en no pocas ocasiones me he preguntado si no habrá más exponentes que público. Lo peor, bien puede ser cierto.

Creo que la explicación más pura y honesta a la pregunta inicial de Para qué, es contestada por un pensamiento tan romántico, que resulta difícil de aceptar como cierto: Yo sólo quiero seguir mis sueños.

Apague y vámonos, no hay más que agregar. El artista es un soñador, y las ilusiones no conocen de fronteras; es un ciudadano del mundo, no de un país. La diminuta patria se olvida, cuando se busca, por todo medio posible, la plena satisfacción.

Las limitaciones que la vida nos impone al no dejarnos ser gringos (dele paz al hígado, cuidado se lo toma en serio) se diluyen ante la iniciativa de hacer lo que se quiere hacer. Al carajo los contactos, la experiencia, los medios. Menester es, exclusivamente, el cumplimiento de una meta, por fantasía de opio que ella sea.

Además, agregue a la salsa ese gran aliado, que los dinosaurios insisten en llamar el futuro, lentos para percatarse que es, más bien, el presente. La interné nos da la libertad para experimentar, sin pagar un cinco. De hacernos de un público, aunque escaso, fiel. Nos brinda seguridad, y nos permite ampliar y madurar la visión de lo que queremos hacer.

Yo me voy en la pelota, claro. Mis sueños se extienden a planos que me son desconocidos aún, pero que sin duda ansío enfrentar. Este blog, humilde como lo es, es sólo el primer eslabón de una cadena que, espero, me permitirá cumplir sueños y metas, sean de opio o no.

Todo lo anterior, palabras más, palabras menos, es simplemente una larga y adornada manera de decir: el que quiere, puede. Las excusas no valen, cuando de alcanzar realización plena y cumplir sueños se trata.

¿Y qué si nuestro medio es pequeñito? El mundo es muy grande. Las oportunidades se hacen, no se esperan. Lo vital, la chispa, es el ahinco y la voluntad propia; las trabas poco importan. Y si usted quiere ser baterista, Varo, hágalo posible; y que nadie le diga qué puede o no hacer. Y si usted quiere ser periodista y escritor, Danny... Ya se sabe por dónde va la cosa. Después de todo, la cancha la marcamos nosotros. Y si se resbala, se sacude el polvo y va de nuevo. La vida es nuestro Hollywood.

A leer -ergo, escribir- me enseñó mi mamá. ¿Cómo no le voy a hacer caso?

© danny

martes, 9 de marzo de 2010

Mi primera votación: recuento de los daños, un mes después.




No políticos, no sociales: los personales.



Nací en el hospital Max Peralta, de la añeja ciudad de Cartago, el 15 de febrero de 1988 a las 4:35 de la tarde, según me cuentan. Grande y pesado como un zapallo, chillaba mi llegada al mundo con pulmones de gorda de ópera.



18 años más tarde, me daría cuenta que, por míseros 10 días, el ejercicio cívico del voto se me negaba, al ser yo Menor de edad (¿qué carajos es eso? Digo, admito sin problemas que no había cumplido los dieciocho años, que era virgen, que no había trabajado un sólo día de mi vida, pero ¿menor de edad? ¿Me lo puede barajar usted, me explica qué diablos es entonces edad?).



Aquello, sin embargo, poco importó para que yo disfrutara de una fiesta patriótica, contagiosa como la lepra. Mi familia entera (ataviada por parejo en colores que no voy a especificar), incluyéndome, se dirigió en marcha triunfante y banderas en alto, a la legendaria escuela de San Blas. Todos en la misma mesa, una misma fila. Llegó el momento de pasar, y al mejor estilo del sagrado sacramente de la confesión, cada quién aguardó su momento divino, pacientemente. Uno a uno, mis familiares entraron a las urnas y expresaron su voluntad. Todos, menos uno. Danny Brenes, mucho gusto.



El sol relucía fuerte, y la bruma, eterna compañera de las calles de mi provincia, se había dado el día libre. En las calles aledañas al centro educativo, la gente celebraba, reía, cantaba (¿le parece trillado? ¡Bienvenido a Costa Rica!), todos apoyando al candidato que, ellos creían, mejor los representaba (evite risas y mirada de lástima ante lo anterior). Todos, en medio de una fiesta a la cual yo no estaba invitado.



Con todo y la pinta de paria cívica que imaginaba para mí mismo, yo sonreía. Sonreía, porque el ambiente festivo me había atrapado, y se sentía bien. Sonreí, hasta que llegó la derrota. Y entonces, todo sentimiento de efusividad, fue reemplazado por la más honda impotencia. Impotencia de las peores, de las que no se arreglan con pastilla azul. Impotencia civil. El país, aquél del que, según un concepto de Edad que me es desconodio aún, todavía no formaba parte, había sido tomado por una mayoría domada, desinformada, inconsciente.



¿Acaso ese 40,7% de la población de este país no había vivido la fiesta que me había sido negada, ese mismo día, horas antes? ¿O es que hay más fiestas, por todo el país? Fiestas en las cuales los ricos conviven con los pobres, y les enseñan su show de marionetas, inertes y no pensantes. Fiestas de promesas vacías, y de alce su mano derecha para hablar.



Sacudí la cabeza, dispuesto a no dejarme atontar por el lapidario resultado que Pilar Cisneros e Ignacio Santos anunciaban, semblante serio, sonrisa educada omnipresente. Pensé, y aquello era reconfortante, que la meta se nos había escapado por muy poco; pensé, y estaba seguro de ello, que aquél error no se repetiría. El país, carajo, mi país estaba listo, expectante. Cuatro años más, y van a ver. Cuatro años más, y recuperamos lo que es nuestro.


Tal fue la excusa que usé para calmar mis ansias, y permitirme dormir, aquella lejana noche de 2006. Cuatro años más.

Amanece el 2010, y la más oscura sensación de abandono me rapta el corazón. Hoy no tengo candidato. Hoy no tengo color. Hoy no tengo equipo, no le voy a ninguno. Le apuesto al gris 0-0, a sabiendas de que es imposible tal cosa.

Pero Enero me dio algo que no esperaba yo: un vaho de esperanza. De qué vino, de una alianza a tres partes, de adhesiones culturales y políticas, de crecimientos numéricos inesperados, o simplemente, del recuerdo vivo de una tarde, cuatro años antes, en que un tecnicismo y meros 10 días me negaron un voto talvez definitorio; no sé de qué vino, hombre, pero llegó. Una luz en medio de la penumbra verde que me había ahogado por tantos días ya. Mi Costa Rica había despertado.

El sentimiento festivo había encontrado nicho en mí, y yo, muy a mí manera, puse mi granito de arena: informando, animando, colaborando. ¡Me llegó la hora, cabrones! Esta fiesta es mía, y ahora nadie me la quita.


Mi corazón palpitaba con fuerza, en medio de un festival de colores y música que se adueñó de la Avenida Segunda, la víspera. El furor me embargaba, y hasta un impulso de montarme a la cazadora menos mala me recorrió la espina dorsal. Me costó dormir; sí, como niño en Noche Buena.

No más abrir los ojos, y cuesta abajo. Mi ciudad no miente. Tengo rato de conocerla, y me basta echar una mirada tras la cortina para ver el futuro, cual bola de cristal. Niebla. Blanco que no deja ver, frío, gotitas atrapadas en el vidrio de la ventana. La cosa pintaba mal desde ya. Y mi ciudad no miente.

Circa 4 pm, pasado el cafecito, la comitiva marcha en fila hasta la mesa 6499 (¿?). Confirmado: la cosa andaba mal. ¿Dónde estaba la fiesta, mi fiesta? Era mi turno, justo y necesario, pero el mundo era un lugar muy diferente ahora. El desconcierto, lento pero seguro, se transformó en desaliento, contagioso como la lepra, que me envolvió, ante mi nueva impotencia. Proferí un bostezo, mientras pintaba con la crayola. Lo que vino después, usted y yo lo sabemos.

Caminando de vuelta, cabizbajo, buscaba entre los trapos sucios que llenan mi cabeza, una explicación. Se me ocurrió una, una sóla. Somos un patio de juegos, una diversión para quienes ostentan el poder del titiritero (no, olvide cualquier propaganda preelecciones, por ahí no va la cosa). Quienes montan la fiesta, saben cómo hacerlo; nosotros, entre tanto, nos bañamos en desinformación, en educación cívica pobre, en costumbrismos y espejismos de un pasado, lejano en el mejor de los casos, si no es que inexistente. Y lo peor, dejamos que nos pinten la cara. Quéjese del político, que bien rico sabe; pero somos nosotros quienes les bailamos el tango. La fiesta se goza sólo cuando ponemos la música nosotros. Si la ponen los demás, mejor tirarse los toros desde la barrera; será por eso que hay tanta abstención.

No haga mucho caso, tampoco. Aquella fue una mera idea que me brincó en la mente, teñida de gris como la tarde cartaginesa. Sucedió un día cualquiera, que quién sabe si llegaré a recordar.

Mi nombre es Danny Brenes. Tengo 22 años, y he votado una sóla vez, el 5 de febrero de 2006.


© danny

miércoles, 3 de marzo de 2010

La literatura no es arte


Artículo ignorado por un populoso diario nacional. *Lloro*


Cierto día, al tico se le olvidó leer por placer, por entretenimiento y por ejercicio intelectual. Al tiempo, al tico se le olvidó premiar los esfuerzos literarios que realizan aquellos pocos locos que aman, defienden y ponen en práctica el arte de las letras. Y luego, apenas pasadas unas cuantas semanas, al tico se le borró de la memoria tomar en cuenta siquiera, a la palabra escrita como forma artística.

Horror de horrores para aquellos que encontramos un hogar entre los libros y conocemos del potencial que poseen los escritores costarricenses, lo anterior no es ninguna ficción de terror. No fue suficiente ser vilmente ignorada por Aquileo y sus controversiales premios, ahora la literatura costarricense es hecha a un lado por el Festival Internacional de las Artes (FIA), una de las más importantes plataformas anuales para el artista criollo.


En primera, quiero dejar en claro que respeto tremendamente el FIA: soy y seguiré siendo fiel visitante de su colorida toma de la Sabana, de su música y su sabor que invaden una ciudad teñida de gris. Comprendo además, que la literatura no atrae tantas miradas, y el festival, por formato, está destinado a premiar lo escénico, lo espectacular: ¿qué dará mejor réditos, un recital de poesía o traer a Fito Paez? La respuesta no necesito especificarla.


Segundo, y es un punto claro para todos, la literatura en todos sus ámbitos, padece del desgano con que el tico mira la palabra: como una pena que deja atrás en cuanto termina el colegio. Adiós Quijote, adiós Mamita Yunai; si los vi, no me acuerdo. Contados con los dedos serán los casos de aquellos que siguen leyendo con el bachillerato bajo del brazo; si a ese selecto grupo restamos los libros de autoayuda o a Coehlo, la escena literaria nacional se convierte en un puñado de nómadas que se refugian en las redes sociales, en talleres aislados y en revistas especializadas que nadie lee.


Pero, ¿será dejar de lado la literatura, la mejor forma de combatir este mal que carcome el intelecto del costarricense, que piensa que leer es un castigo colegial, y no una forma de diversión y crecimiento intelectual, psicológico e incluso espiritual?



Un menú apropiado.


Todo empieza por el principio. Suerte la mía, aprendí a amar las letras gracias a los constantes regalos de mi señora madre, que cada par de semanas llegaba con un libro nuevo, que yo no tardaba en devorar. Así, con el paso del tiempo, me convertí en un apasionado de esta bella forma artística.


Sin embargo, el pueblo en su mayoría, se enfrenta por vez primera a una novela o un cuentario, hasta llegada la secundaria. Y es justo allí donde los problemas crecen, como un hongo en la humedad, porque los programas actuales y recientes de la educación pública de este país, ahogan las mentes adolescentes, que apenas se enfrentan a los libros por primera vez, con lecturas que no son apropiadas para ellos.


El mejor ejemplo, y que me perdonen los dioses de la palabra, es la obra de Cervantes. Y es que este clásico, el mayor de la literatura hispana y por qué no mundial, es probablemente el principal causante de la apatía que resienten los ticos frente a la lectura. Señores, el Quijote, en su grandeza y su atemporalidad, no es una obra sencilla de tragar; requiere concentración, habilidad para la lectura, conocimiento histórico de una época totalmente ajena a nuestros tiempos. Y las mentes virginales de personas nuevas en el arte escrito no están preparadas para disfrutar, como se debe, tal reto. Igual caso sería sentar a un lector novato (en el sentido menos peyorativo de la palabra) a leer El más violento paraíso, de Alexánder Obando; tal obra maestra merece un nivel de apreciación al que sólo se llega con constancia y dedicación.


Lecturas más sencillas (y no por eso, de menor calidad) son la clave para cazar nuevos aficionados a la sublime práctica de la lectura. Única mirando al mar, Crónica de una muerte anunciada, son sólo dos ejemplos de dos lecturas ya exitosas en colegios de todo el país; esa es la vía adecuada, ¡sigamos la senda!


Barajemos las opciones, abramos las posibilidades y convirtamos apáticos en apasionados. La lectura no debe ser una vía dolorosa que comienza en un lugar de la Mancha de cuyo nombre nadie quiere acordarse. Avancemos juntos, paso a paso y a un ritmo adecuado, hacia una Costa Rica letrada.



Made in Costa Rica.


Y ya que estamos, no releguemos al productor nacional. Y no hablo de agricultura. El escritor nacional sufre de trabas y padecimientos igual que cualquier otro emprendedor costarricense (aunque sus pesares son menos atractivos en una camapaña política, claro).


Ferias de libros, festivales, recitales de poesía, presentaciones de obras nuevas. Todos son sucesos que dan un espacio más que merecido al autor compatriota, y su éxito es responsabilidad de editoriales, escritores, ministerios y lectores por igual.


No cerremos las escasas puertas, más bien abrámoslas más y siempre más. Hagamos de este país, que tantas y tan grandes cosas es capaz de hacer cuando se lo propone, un referente de cultura y diversidad, en una ventana para el desarrollo artístico en todas sus expresiones. No nos olvidemos nunca que la literatura es sí arte.



*Imágen de Deviantart, como es usual.

© danny