lunes, 19 de abril de 2010

Banda sonora de un día cualquiera: Hey Jude!


Artículo publicado en 89decibeles, con motivo* de los 40 años del lanzamiento de McCartney, album solista que separaría para siempre a los cuatro grandes.

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En 1968, Julian Lennon se convirtió en el objeto de inspiración para una de las melodías más célebres en la historia de la música moderna. Su padre, John, acababa de divorciarse de su progenitora Cynthia, a causa de una asiática aventura. En un esfuerzo por mantener al pequeño de apenas 5 años a flote, un amigo personal suyo y de su familia, Sir Paul McCartney, escribiría una canción en su honor.


Los versos, dibujados con suprema maestría sobre las notas del piano -y, eventualmente, sobre el resto de la banda y sus acompañamientos orquestales-, imploran al pequeño, disfrazado con el mote de Jules (y que más tarde mutaría en Jude), dejar atrás los problemas que su vida, recién iniciada, le impondrá. El divorcio de sus padres, le cuenta McCartney, es sólo una primera piedra en un largo camino que le espera, lleno de obstáculos. Reza la balada que es cuestión de seguir adelante, de no dejarse vencer por las imposiciones del destino. Porque al final, lo importante reside, justamente, en sí mismo, y en tomar lo mejor de los malos momentos, para crecer por fuera y por dentro.

La pieza, grabada en los míticos estudios Abbey Road, estaba destinada a la grandeza. Su suave armonía, y ese par de míticas estrofas que desembocan en una obra hermosa, están talladas en la memoria colectiva de millones de personas alrededor del mundo. Su leyenda creció al mismo ritmo que la de sus creadores, nombres esculpidos para siempre en lo más alto de la historia musical. Décadas después de su lanzamiento, probaría por méritos propios, que ni el tiempo ni el espacio serían capaces de borrar su magnanimidad.

Fast forward al 2010. Mi iPod, con vida propia gracias al milagro tecnológico del Shuffle, lanza los dados por sí solo. Una voz cálida, casi familiar, irrumpe con fuerza en mis cavidades auditivas y me dice que no me sienta triste, que todo puede estar mejor. De pronto, sir Paul me habla a mí y no a Julian Lennon. Una sensación de bienestar embriagante, empalagosa, se adueña de mí.

Empero, sin aviso previo, el status quo se corrompe: mis audífonos, en un acto de total rebeldía y falta de calidez humana, deciden flaquear a la hora buena. Primero falla el izquierdo; alarmado, muevo el cable un tanto. Tragedia de proporciones apocalípticas: el aparato ha caído ahora en un mutismo absoluto, gracias a la pobre -pobrísima- calidad de mis auriculares Maxell.

Respiro profundo para no perder la calma. Autómata, mi mente repite la última estrofa que logró captar de los moribundos audífonos: “And don't you know that it's just you, hey Jude, you'll do. The movement you need is on your shoulder.

Recostado en un hombro oxidado, balanceo el cable un par de precisos y vitales milímetros. Diga Magia, magia y sople. La música vuelve. La cálida voz ahora grita, respaldada por un coro que canta al unísono una oda a la vida misma. La canción se convierte en un escudo ante la adversidad, transfórmese esta en cualquiera de sus infinitas formas, desde un divorcio al fallo de unos audífonos.

Bajo del bus, el iPod ahora descansando en lo más hondo de mi mochila. Una rápida mirada a mi alrededor, y parto. En mi cabeza, una voz cálida me dice que no me sienta triste; que todo puede estar mejor. Y yo le creo.


*Mentira, la coincidencia entre el artículo y el álbum de Paul es pura guaba.



© danny