lunes, 31 de mayo de 2010

Pequeños pasos hasta convertirse en hombre



Hola, fanaticada (¿?).
La entrada de hoy no es un artículo, para variar, publicado en 89dB. No no, la trama se complica. A modo de confesión (que cuatro de las cinco personas que leen este blog ya saben, de todos modos), admito que no me interesa en lo mínimo mi carrera universitaria. Mis aspiraciones laborales obedecen al periodismo, ámbito intelectual que, por meros diez puntos, la Universidad de Costa Rica me negó en tres (sí, tres) oportunidades consecutivas. Es por ello que, ya que no me dan el título, he intentado buscarme el CV por mi parte.
Todo lo anterior para expresar que, desde hace un mes, escribo para una revista (bueh, una plataforma periodística digital, pero revista suena más caché) española llamada Suite101, que se suma a mis millonarios ingresos como colaborador y columnista de 89decibeles. Ahora, ¿por qué, siguiendo la buena costumbre, no he publicado esos artículos aquí en el blog, para deleite de ustedes? Ataduras contractuales: durante un año, la revista (plataforma, cosa, etc) tiene derechos absolutos sobre la publicación.
¡Revolución!
No.
He resuelto, entonces, cada mes, publicar aquí un enlace a mi perfil y a cada artículo que haya publicado durante esas cuatro semanas. Así, una pequeña ventana para que ustedes puedan acceder a tales escritos.
Sería todo. Salud.
PD: Como podrán notar a continuación, no todos los artículos versan sobre literatura. A decir verdad, ni siquiera podría pasar todos por artículos; lo cierto es que buena parte son meramente noticias. Esto porque, como parte de mis obligaciones, debo publicar 10 artículos cada tres meses. Comprenderán ustedes que no es fácil escribir una reseña literaria cada semana, y en ocasiones no queda otra que aprovechar el momento. Las disculpas del caso para ustedes. Joputa postdata más larga. Chau.

Mi perfil en Suite101

Las barrabasadas:
"La Voluntad y la Fortuna", de Carlos Fuentes
Richard Serra, ganador del Príncipe de Asturias 2010
Dio, el adiós de un grande
El Boom Latinoamericano: intentando sobrevivir (este es una primera parte, la segunda está en camino; pasa que la Dirección no me deja titularlo como "primera parte". Ugh, burócratas)
Cerati: 11 Episodios Sinfónicos
Tormenta tropical deja hundimiento en Guatemala

© danny

martes, 11 de mayo de 2010

La importancia de llamarse Danny



Primera entrega de mi columna Senderos Bifurcados, en 89decibeles.

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—¿Daniel?

—No.


Siendo esta mi primera columna —y siendo yo, a todas luces y por definición, un verdadero noob por estos lares azulosos—, el respetable merece, cuando menos, una presentación apropiada.

Alto y cabezón desde niño; mi panza, excepción a la regla, responde a la coca cola y la chatarra, y no a águila alguna. Me aclaro la garganta tres veces antes de hablar, y no hay día en que no ataque ferozmente mis uñeros. Todos ellos, sin embargo, detalles insignificantes que poco importan al recién conocido, cuando se tiene un nombre raro.

—¿Daniel, o Dani?

—Danny.


El guión de mi primera cháchara con cualquier nuevo personaje comienza de la manera anterior, en la aplastante mayoría de los casos. Mi respuesta malhumorada es usualmente seguida por una triada de reacciones posibles: la muchacha menos amable arruga la cara, consternada ante un nombre más femenino que el suyo; el primo lejano, intentando ser cordialmente distante y parcial, alza las cejas sin pronunciarse; y finalmente, el redneck local que no esconde su rostro burlón ante tan delicado apelativo que mis padres me otorgaron.

En tiempos de pantaloneta, la pregunta —que me ha perseguido durante toda mi existencia— me mortificaba, y germinaba el más aciago odio en mi interior. El instinto homicida que se esconde en todo niño, me asaltaba y hacía todo lo posible por materializarse; nunca lo logró.

Sin embargo, a medida que los calendarios se apelotaban en el bote de basura, aprendí a vivir con ello. Aprendí a aceptar el incómodo momento de repetirle hasta el cansancio nombre y apellido al profesor; a tomar con buen humor las repetidas burlas contra el tono chineado implícito en mi epíteto que más parece mote; a verme mal deletreado incluso en el plástico ese que me acredita como mayor de edad.

Después de todo, es curioso cuán difícil se le hace al tico promedio aceptar lo diferente. Desde arrugar la cara hasta resoplar con sorna, todo vale como escudo ante lo que incomoda, lo que tergiversa el esquema establecido a priori. La menor alteración al orden monótono se observa del hombro para abajo, con recelo. Porque cae mal, porque molesta. Viejo por conocido, que llaman.

Sentimos una aversión natural hacia los cambios. Incomodan, chiman, etecé. Ross (4:25) lo dijo en su momento de mayor congoja: a nadie le gustan. Son extraños, lo tuercen todo.

Pero, sobre todo, dan pereza. Wilde tenía su aristocracia victoriana; nosotros tenemos —nosotros somos— una Costa Rica indolente, que hace pucheros con desgano cuando se le implora abrirse, siquiera un poco, a lo distinto. Y cuando se es el raro, el diferente, no queda otra, a la postre, que bajar los brazos y adaptarse al molde. Jack y Algernon.

—¿Daniel?

—Ehh... Sí, sí. Daniel.


Mejor dejamos todo queditito.

Felices cuatro años más, Liberación.


© danny