viernes, 11 de junio de 2010

José León Sánchez, La Isla de los Hombres Solos

Reseña publicada en 89decibeles.


“Por eso dedico este libro a los hermanos que se pudren en las cárceles del mundo donde no existe la esperanza.”

Se sabe que un libro es cosa seria, cuando tiene un grupo de Facebook. En la era del Me gusta, las cosas son así de sencillas e inmediatas. Mas lo cierto es que la ópera prima de José León Sánchez es mucho más que eso. Es un testimonio; es un pedazo del más puro dolor concebible; es una de las novelas costarricenses más vendidas de todos los tiempos.

Su leyenda es de común conocimiento a lo largo del Istmo y mucho, mucho más allá. No menos que justificable. Digo, no todos los días topás con un texto salido del mismísimo Hades tico. Adobemos aún más, si es posible: redactado por puño y letra del Monstruo de la Basílica.

Sí, es la receta perfecta para la inmortalidad, por encima del éxito.

Literalmente, la Puerta al Infierno.

A sabiendas de todo lo anterior, llegó a mis manos hace un par de años un ejemplar (uno de tantos millones vendidos, cuenta el chisme) de la tan aclamada obra. Sobra exponer la clara predisposición de la que fui preso (no pun intended). Abrí el plástico con los dientes, en el bus camino a casa, rompiendo con ello mi regla gástrica de no leer en vehículos en movimiento. Al carajo, si es realmente la mejor novela tica de todos los tiempos, claro que vale uno que otro amago de nausea.

Durante las primeras páginas, en las que todavía no ve la luz el texto mismo, los prólogos aplastan todo intento de objetividad; léase, más flores al genio. Cada vocablo allí expuesto acrecienta el mito. Uno, un mero lector, se siente pequeñito; la puerta se ve demasiado grande, se nos viene una avalancha encima.

Digerido el entremés, se pasa a lo bueno (apenas 15 páginas de prólogo después). Entramos entonces en la penosa historia de Jacinto, un hombre de humildes orígenes y humildes ambiciones, enamorado de María Reina. Su universo, su vida misma, gira alrededor de ella, figura blanca y ojos tan azules como azulenco. Entre ambos se teje la cadena de desgracias que decantaría en el encarcelamiento del muchacho en San Lucas. El resto, casi es historia de saber colectivo.

El escritor costarricense más exitoso en la actualidad. Duela a quien duela

Don José León Sánchez es, sin duda, el mayor promotor de José León Sánchez. Y es él mismo quien califica a La Isla, más que una novela, como un documento; una prueba fehaciente de los extremos de crueldad que el sistema penitenciario fue —¿es?— capaz de alcanzar. Las páginas derrochan un sincero lamento y un genuino instinto de supervivencia ante la más abominable, la mas asfixiante garra opresora.

El viaje continúa, y la vida en el precinto es cada vez más dantesca; hay cada vez menos luz al final del túnel, que a cada paso se parece más a la Casa de Asterión. De pronto, se cae en el agobiante apuro de encontrar un Teseo, que libere al pobre, pobre Jacinto, de su dolor. Alguien que rescate del abandono y de la muerte a Cristino y al Negro Carey. ¿Es acaso posible no sentir un ápice de sentido bolivariano en pro de la República de San Lucas, libre, independiente y soberana? De pronto, San Carlos se convierte en sinónimo de libertad.

Sí, tratamos aquí una aserción soberbia de humanidad, en todos sus extremos. Sin embargo, ello no es escudo para el exceso loable. Las deficiencias narrativas son claras, no nos engañemos. Acaso son justificables contextualmente (“Me dice usted que ya se lo habían contado. Bueno, es cierto que no sé leer ni escribir”), mas no por ello deberá pasárseles por alto. El hilo narrativo es difuso, aderezado por la cuasiexcesiva cantidad de sucesos relatados.

Sin embargo, algo en esta historia hace que olvidemos todo eso. El hálito de excelencia que le rodea talvez sea engañoso, mas la sinceridad impresa a fuego en esta narración borra de un soplo casi cualquier reclamo posible. Y es que, como dijo Fabián Dobles, “...un hombre atormentado y empeñoso, purgado de la sociedad a causa de un delito, da, sin proponérselo, una lección de realidad”.

A pesar de las perceptibles deficiencias en aspectos formales, este texto (novela, documento, reclamo) impone sobre el lector un puñado de emociones, destinadas a sensibilizar y exponer, sin pudor alguno, el infierno que muchos viven, aún hoy día. Un llamado perenne a no dejar en el olvido a los más olvidados. San Lucas no cerró hace dos siglos. San Lucas ni siquiera cerró realmente hace 20 años. El penal solo mutó de forma y espacio, mas sigue vivo en las penurias diarias de cientos de reos que se pudren en la amnesia de un sistema que se olvida de ellos post sentencia definitiva.

Guste o no, La Isla de los Hombres Solos ha sabido congraciarse como uno de los mayores clásicos atemporales de la literatura costarricense. ¿Por qué, exactamente? No sabría decirlo; talvez solo sea “...el viento que va por entre la enramada de los árboles”.



© danny

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